sábado, 12 de septiembre de 2015

Defíneme; amor.

Hay cosas que no soy capaz de describir, como el amor; he visto personas amarse tanto y tan poco de formas tan distintas que no podría definirlo, porque para cada una de mis definiciones habría un caso triunfal que la debatiese y un fracaso que la aboliese. Supongo que hay muchos tipos de amor, amores de café, amores de tren, amores de ascensor, amores de vuelo, amores de fogata a la luz de la luna, amores del trabajo a casa y de casa al trabajo, pero muy de vez en cuando encuentras a una persona que quieres que sea todos esos, y tu amor de ver una película un sábado noche en el sofá, y el de enjabonarte la espalda en la ducha, que quieres que sea tanto el de una noche como el de toda una vida, una persona que cumpla todas tus fantasías y vacíos, una persona, solo una. A veces, solo a veces, pasa.

Hay cosas que no soy capaz de describir, como un beso; he visto tantos besos, que una definición sería estúpido, puesto que incluso definiéndolo como un gesto que se hace con los labios erraría. Hay besos dulces, besos apasionados, besos en la boca, besos en la frente, en el cuello. Hay besos que se dan y besos que se reciben, besos que son con los labios, con los dientes, con la lengua. Incluso rozar las pestañas de alguien con la lengua se considera un beso. Y hay besos de película y besos de vídeos caseros. Pero ese beso que te saca una sonrisa, una lágrima y sobre todo ese beso que consigue que tu cuerpo lo recorra un escalofrío; esos besos, solo a veces, pasan.
Hay cosas que no soy capaz de describir, como una mirada; he visto miradas tan diferentes y tan significativas que no sabría cómo definir ese término. Podríamos decir que una mirada es el contacto de las trayectorias visuales de dos personas... pero he visto miradas de decepción chocar contra el suelo y ojos llenos de orgullo y lágrimas rozar el cielo, he visto miradas más tristes que el llanto de un niño, y agonizantes como la muerte misma, he visto miradas de vergüenzas huidizas como ratones... y también he visto miradas tiernas, tímidas, dulces, miradas de amor declarado eterno y de amores ocultos en abrazos no por ello menos longevos, he visto miradas que decían 'daría mi vida por ti' cuando un padre miraba a su bebé, he visto miradas de perdón, miradas que decían 'te amo, sin motivo, sin razón' y esas miradas, esas, solo a veces, pasan.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Caricias de papel.

Llevaba tanto tiempo sin verlo en persona que el sonido de su voz era un recuerdo vago en mi memoria, y su cara había quedado difuminada entre miles de caras de desconocidos y personas memorables. El olor de su cuello se había convertido en un misterio para mí, que tan presente lo había tenido meses atrás, tiempo en el que pensar en su cuello me recordaba a mis labios, y a mis ganas de besarlo, pero de besarlo sin cuidado. El tacto suave de su piel, lo extrañaba tanto, su calidez...

Solía pensar en estas cosas a menudo, en lo mucho que me faltaban sus palabras escuetas, en cuánto echaba de menos el mero placer de su presencia...

Suspiré y me abroché el pantalón, hoy al fin lo iba a ver, pero “¿qué sería de nuestra pasión?” no podía dejar de preguntarme eso, como interactuaríamos, si me miraría a los ojos o fijaría la vista en el suelo como si mi existencia lo incomodase, me preguntaba si me acariciaría la cara como antes o se limitaría a mantener las manos en los bolsillos de la chaqueta, como si quisiese que los bolsillos lo absorbieran... Eran tantas las dudas que me negué a pensar meneando la cabeza frente al espejo mientras comprobaba que el maquillaje que llevaba era lo suficientemente provocativo como para resultarle deseable pero no lo suficiente como para que me viese las ganas de desgarrarle la ropa a tres metros de distancia, el cálculo final resultó ser la combinación de unos vaqueros negros rajados a la altura de las rodillas, una camiseta no escueta en metros de tela pero si en grosor, máscara de pestañas y pintalabios rojo, el pelo negro como el carbón cayéndome por los hombros y ni rastro de base de maquillaje. Hasta donde me alcanzaba la memoria, en otros tiempos, sé que habría podido detenerse horas a contar las pecas que adornaban mis mejillas, aunque tanta adoración hubiese sido enterrada por el tiempo sin verme... Cogí el bolso y la poca dignidad que me quedaba, tras haberme cambiado de ropa cinco veces por los nervios, y fui hasta su casa en transporte público.

El silencio dentro de mi cabeza era insoportable, pero ni el sonido de la música en los cascos había conseguido que dejase de pensar, '¿me verá guapa?', '¿seguirá queriéndome?', '¿querrá besarme?', preguntas que se arremolinaban tanto en mi cabeza como en mi estomago...

Pero al fin estaba ahí, en la puerta de su casa, una casa preciosa sin duda, blanca y con laminas de piedra que adornaban las esquinas, podía oír desde la puerta los móviles de campanitas y caracolas que colgaban en la parte de atrás de la casa, junto a la piscina. Estiré el brazo como a cámara lenta y pulsé el timbre, no tardó ni dos minutos en abrirme la puerta y quedarse ahí, de pie, mirándome, sin invitarme a pasar ni con un gesto ni con una palabra, solo me miraba, tenía el pelo castaño, mojado, la camisa a medio abrochar y los jeans demasiado ajustados como para no apreciar lo tremendamente atractivo que estaba esa tarde.

Ladeó la cabeza, sonrió y me dijo:

      - Adelante, pasa. - su voz seguía siendo igual de grave y tranquila, y por la cara que creo que puse yo seguía siendo igual de tonta.

     -¡Ah!, sí, ¿dónde dejo el bolso? - dije cruzando el umbral de la puerta por el pequeño hueco que dejó entre su cuerpo y el marco.

     -Donde quieras, estoy solo.

Estaba solo, bueno, estaba conmigo, a solas... Tardamos un par de minutos en ubicarnos ambos, y acabamos por salir a fumar un cigarro feliz al jardín. Fue ahí donde ocurrió la magia, con los pies metidos en la piscina y mirándonos a los ojos, cuando me pasó el cigarro, nuestras manos se rozaron, y aun si haber fumado lo suficiente mi mundo dio un vuelco enorme.

La tarde avanzó de forma delicada y tranquila hasta que de pronto estábamos en su cuarto, con la luz tenue del atardecer entrando a través de las cortinas, él estaba apoyado contra la pared y yo a cinco centímetros de sus labios, intentando controlar el grito ahogado de emoción. Cerré los ojos y me lancé al vacío, a sus labios, le desabroché la camisa con una mano mientras con la otra le acariciaba el cuero cabelludo. Dejó de apoyarse en la pared para inclinarse hacia mí, agarré uno de los lados de la camisa y lo guié de espaldas a la cama, lo miré a los ojos y lo hice sentarse, y a partir de ahí solo recuerdo sus labios recorriendo todo mi cuerpo, sus manos aferrando mis muslos, mi espalda, solo recuerdo una espiral de sensaciones vibrantes y descontroladas.

Volví a recordar el tacto de su torso desnudo, y el sabor de su piel.


sábado, 18 de julio de 2015

- El arte de saber que estamos vivos

El arte está en una melodía de piano flotando en el aire, a cielo abierto, a corazón extirpado. El arte está en el cuadro del aspirante, que se desgarra por dentro para decir algo, porque de su nombre nadie sabe qué decir. El arte está en un bolígrafo, que se contonea sobre el folio dejando una marca tan personal como una huella dactilar, tan personal como la mano que escribe, y tan sólida como los sentimientos que emanan de ella. El arte es esa chica sentada a tu lado a la que no te atreves a decirle nada, ese momento en el que sabes que es un ahora o nunca, y que si se va la pierdes. El arte es el movimiento errante de las hojas movidas por el viento en la acera, no tan errante por sin rumbo como por no hallar comprensión. El arte está en esa gente que grita, que pelea por su pueblo y sus derechos, llenos de convicciones llegan, y se marchan llenos de moretones. El arte está en la rabia de una pelea, en la danza de dos cuerpos sacudidos por la ira, aunque la belleza se extinga cuando ambos se tocan. El arte está en la risa de un niño, en sus carcajadas sin control, a las que no importa si misa, juicio o hambre. El arte está en la lluvia que empapa, que inunda las calles y los corazones, que nos pone tristes y melancólicos los días de calor, y enfermos los días de frío. El arte está en el fondo de un copa, boca a boca con el tiempo, ambos perdiendo por sed de más de lo que os dieron. El arte está en la juventud, tanto tiempo por perder entre excusas y siestas, entre polvos insatisfechos y besos en puertas. El arte está en la vejez, en los recuerdos, en cada arruga que surca la cara de un anciano, en todos los años de historias que podrían contarnos. El arte está en la desidia, en ese sofá que te atrapa, esa película que te hace dormir, esa tarde gris en casa, el arte de hacer poco y mal. El arte está en el comportamiento errático de un adolescente, o de un bebé, o un anciano demente, el arte está en la falta de explicación para sus actos.

El arte es un punto, una coma, un punto y aparte. El arte es un signo de exclamación expresamente puesto en la oración para conferir un tono de emoción o de cabreo. El arte es un buenos días con un beso y un buenas noches con un abrazo.

Porque al final la vida es eso, empezamos con ganas de comernos el mundo hasta los huesos y acabamos sin dientes para poder comer. Aprovecha tu tiempo, porque, aunque pueden robártelo, una vez lo vives es para siempre tuyo - dijo una joven ilusa sentada en un cómodo sofá a la una de la madrugada. 
Lora Zombie.

viernes, 17 de julio de 2015

Besos de ceniza, besos de café.

No quiero que me moleste ni tan siquiera la hora cuando pierdo el tiempo contigo. En mi locura sé que el reloj se acelera cuando te acercas a mí. Transforma las horas en segundos ante nuestros ojos ausentes, sin remedio, no hay forma de escapar. Cada instante se convierte en menos cuando estás conmigo, cuando estoy contigo, cada tic y cada tac del reloj se me clava en el sentido común, que grita que debo irme, que no puedo estar contigo.

Cada milímetro que se mueve la aguja es una caída más sin remedio, una caída en tus ojos absortos que me observan fijamente, una caída en el aroma de tu piel, como una droga que consume mi agonía. Cada instante que pasa es una caída en tu sonrisa, en tus labios, que aún sin sabor a miel, a cerezas o a caramelo me hacen adicta, besos de café por las mañanas, besos de ceniza en las despedidas. 

Si cada fibra que te tocase supiera cuán afortunada me sentiría yo en tu cama; si cada gota de agua llorase por mí la distancia que se nos guarda; si cada minuto sin ti supiese cuánto me daña... Quizás así nos pararían el tiempo, quizás se disculpasen por cada aliento que perdimos vacilando en los andenes de nuestras idas, quizás así nos abandonarían en un lugar recóndito donde amarnos fuese nuestro deber, y los amaneceres nuestro castigo. Un lugar sin prisa, un lugar sin miedo, un lugar donde poder gritar, reír tan fuerte como quiera, un lugar donde las caricias no se vean pervertidas, donde el llanto no sea una debilidad, donde la valentía de amar se respete, un lugar donde los besos no sean incómodos para el resto del vagón, un lugar donde decir te quiero tenga más valor que pedir perdón.

Quizás si supiesen nuestro secreto, que estiramos el tiempo entre miradas torpes, manos no muy bien amaestradas, gestos patanes y palabras dichas al oído... Quizás así nos dejarían aparcados a parte, solo un tiempo, nos darían un descanso de este mundo atareado, sin pausas para paseos al atardecer. 

¿Es pedir demasiado que me beses otra vez?

domingo, 17 de mayo de 2015

El amor ha muerto.


El amor ha muerto, has sido tú, y él, y yo, hemos sido todos.

El amor murió el día que empezamos a describirlo con fotos perfectas de momentos finitos, en lugar de con palabras interpretadas por los ojos que las leen, el amor murió el día en que un mensaje cobró más valor que una voz, el día en que un estado civil en una red social tuvo más importancia que un 'te quiero', el día que salimos a pasear para sacarnos una foto, y no para darnos un beso a la luz de la luna. El amor murió en ese 'te amo' borracho, murió en esos celos, en las caricias interrumpidas por politonos, murió entre la frase de una canción degradante, entre el ruido de los coches y las bocinas, murió entre vasos de tubo y alcohol, entre drogas duras y dietas prometedoras de belleza, entre esquina y esquina, murió ante el odio de desconocidos que se gritan en la calle, a los pies de los niños que pelean por un juguete, murió en las lágrimas de ese joven que se derrama entre lamentos e insultos en el baño del colegio, murió bajo los apuntes que otro le tiró al suelo.

Ha muerto en las ciudades abarrotadas y en los pueblos desiertos, saltó a las vías del tren, gritos de dolor sin sonido, sin color. El amor murió en cada niño desnutrido, en cada madre que desconsolada ve a su hijo morir recién nacido, el amor murió hace tiempo entre velas aromatizadas y masajes con final feliz, entre la fiebre del sábado noche y los polvos de hada que se meten por la nariz, en cada diente de leche que cae y cada muela del juicio que nace, que aun sin juicio en la sangre resurge y rompe la inocencia, y es que la decencia ya no existe, y lo vemos cada día en la calle, en esa gente que pide dinero, mientras el paquete de tabaco que consumo para escapar cinco minutos del trabajo paga al estado que me asfixia. ¿Qué tiempo te queda para amar si no llegas a rendir cuentas al banco? ¿Que tiempo te queda para hacer el amor si cada noche te duermes agotado entre preocupaciones y facturas? Si pagas al enemigo con tu sangre, si el trabajo te esclaviza en lugar de darte medios, si la televisión se ha vuelto el tema de conversación en la cena, ese aparato que solo habla y no pregunta, esa almohada que solo escucha y no responde, y cada palabra que traga no la borra de tu mente. 

El amor era ese niño que ríe, el amor era esa carta de ternura, el amor era la pasión sobria, el amor era la puerta siempre abierta, era la tiendecita de tu barrio, era la sombra de ese árbol que cortaron para hacer una marquesina, el amor era la lata de refresco en el parque con amigos, el amor eran los juegos de cartas, era esa mano que te ayuda a levantarte cuando caes, era la tirita con dibujitos, el flotador y los manguitos, la tierra y la arena, no la consola más moderna, el amor era esa señora que sonríe, el olor a pan casero, el amor era cosa de todos, y ahora ni de dos es un 'te quiero'.

Cuando tanto se conoce, tanto se quiere, tanto se necesita y tanto duele, cuando el dinero vale más que las personas, y por dinero vives, y por dinero mueres, ni el amor reina ya en nuestros cielos, ni la belleza en nuestros huertos.

Y ya el amor ha muerto, rezad ahora por vuestros cuerpos.

miércoles, 25 de marzo de 2015

No tenerme aprecio.

He de admitirlo, no soy nada especial, no lidero una campaña feminista, ni rescato gatitos de arboles en llamas. Tampoco soy muy inteligente, mis conocimientos abarcan menos de lo que podrían abarcar; no soy deportista, ni nadar, ni correr son lo mio, quizás ni siquiera caminar. He de admitirlo, mi cuerpo no es envidiable por nadie, tengo un cuerpo mediocre, el grado mas ordinario de normal, mis piernas no son largas, mi cintura no es de avispa, mis uñas no logran crecer lo suficiente para lucir, no tengo los pies pequeños ni grandes, no tengo los ojos adornados dulcemente con pestañas infinitas y oscuras como el carbón, mis dedos son cortos y rechonchos, y mi pelo, aunque solía ser castaño muy oscuro, ahora es azul, mis iris son marrones con motas color miel, tampoco nada que admirar, mi voz puede resultar irritante al hablar, no estoy guapa al levantarme y tampoco al llorar, mi risa es escandalosa y no puedo controlarla, no tuve la mejor media de mi clase, dejé la carrera que empecé, fumo, bebo, y he de admitir que nunca fui especialmente elegante o correcta, he cometido errores por doquier, y no llegaré virgen al matrimonio, mi lista de amigos es reducida, mi lista de exparejas más, no infundo respeto o eso creo y me perdí hace tiempo en un mar de dudas sin contestar, no tengo un vocabulario tan extenso como podría ni hablo con un acento particularmente especial, nací en una familia poco convencional. He de admitir que no compro papel reciclado ni mantengo una dieta sana, no reciclo todo lo que podría reciclar, ni leo a penas, mis dibujos son mediocres y hace tiempo que no sueño cosas buenas. No soy linda, ni una princesa, no se poner lavadoras y la cocina se me escapa por completo, los masajes no los doy perfectos, ni enamoro a quien quiero, tengo muy mala memoria, incluso para las cosas importantes, no soy rica ni exuberante, y el mundo me cae encima a menudo. Lo admito, soy infantil en algunos aspectos, y demasiado controladora en otros tantos, incluso a veces demasiado seria, o demasiado risueña, no canto mal, pero tampoco de forma destacable, muchas cosas me duelen demasiado adentro, y nunca se con quien hablar, y en ocasiones, a pesar de ser desconfiada, cuando confió en una persona hablo demasiado, y eso no significa que esa persona sea digna de confianza.
Me he equivocado tantas veces que seria pecado que fuese al cielo, he metido tanto la pata que mi mera existencia es un error, y si ya dije que no soy inteligente, y sabiendo que no es lo mismo que ser listo, he de admitir que no soy lista, ni audaz, no sé tocar ningún instrumento, creo que incluso un tambor seria demasiado para mi, Podría haberme esforzado más en casi todos los aspectos de mi vida. Mi piel no es semejante al terciopelo ni mis mejillas rosadas, ni siquiera mi nariz tiene algo admirable, es una nariz normal, mi cara esta rociada de pecas de tamaños y colores variados, no soy fotogenica, ni alta, ni esbelta, ni sexy, ni alegre, ni positiva.
Y con todos estos defectos, el que sorprende a la gente y el mayor de todos ellos, no tenerme aprecio.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Río abajo.


Caminaba siguiendo el río, respirando aire húmedo y limpio, olía a bosque, a raíces, a hojas verdes, a vida y muerte, me guiaban la corriente y la intuición, llevaba más de una hora caminando, descalza, con una camiseta blanca y un pantalón vaquero ceñido, vivía cerca de allí, y tras dedicar toda la mañana y parte de la tarde a deshacer cajas de mudanza y colocar cosas decidí salir al jardín trasero y después fue como si algo desde mi interior me gritase que fuera río abajo.
El paisaje era precioso, árboles, setas, pequeños animales correteando y huyendo de mi presencia, la luz del sol impactando en el agua, pequeñas corrientes de aire llevándose los cadáveres de hojas y flores secas.
Caminé aproximadamente dos horas, hasta que llegué a un lugar que frenó mis pasos, un prado de amapolas rojas, me resultaba excesivamente familiar, quizás un recuerdo de niñez o un sueño… Pero no pude evitarlo, me adentré entre las flores y me tumbé a disfrutar los últimos haces de luz del día, estaba atardeciendo, era un día cálido, agradable, hasta el punto en que poco a poco fui cerrando los ojos para adentrarme en los sonidos del bosque, oía pajaritos piar muy cerca de mí, probablemente en los árboles a mi izquierda, oía al sonido del agua al descender y un poco más a lo lejos, como si de una pequeña cascada se tratase, el sonido del agua golpeando contra las rocas.
Oía el viento agitando las ramas de los árboles y un grillo comenzando su serenata nocturna. Perdí el sentido del tiempo y el lugar, supongo que me perdí un poco en mi mente. No sabía cuánto tiempo había pasado pero el piar de los pájaros había cesado, todo estaba en silencio y aún tenía los ojos cerrados, mi respiración era hora más pesada, y el aire mucho más denso, abrí los ojos. La luna llena me permitía ver un poco a mi alrededor, el sol había desaparecido y una niebla tan húmeda como fría había tomado lugar, sólo podía ver eso, niebla, me rodeaba, me sentía perdida.
Comencé a moverme, casi sincronizados con los míos escuché pasos, pasos ajenos, me detuve y se detuvieron, continúe y siguieron; el corazón me iba a explotar, podía notar los latidos en todo el cuerpo, la adrenalina comenzó a tomar el control de mis patéticas y asustadas piernas, que pasaron de estar inmóviles y temblorosas a tensar todos sus músculos con la sencilla intención de echar a correr río arriba, y así lo hice, eché a correr, cegada por el pánico; pero la carrera se detuvo enseguida, entre un paso y el siguiente colisioné contra algo duro delante de mí, me caí de espaldas. La niebla era tan espesa que no hubiera podido distinguir mis manos a más de medio metro. Apoyé un codo tras mi espalda y al apoyar el otro justo delante de mí apareció un rostro, sonriente, un ojo azul y otro color miel, pelo rubio, largo, rizado; mirándome fijamente, a menos de un palmo mi nariz de la suya, las vías respiratorias, el estómago, el corazón fue como si todo eso se hiciese un nudo a la vez, me quedé sin respiración, y perdí el sentido.

martes, 17 de febrero de 2015

De mente sin ley.

No hay estructura en mis poemas. No hay orden en mis oraciones. No hay tempo en mis canciones. No hay razones en mis actos. No hay esquemas en mis dibujos. No hay motivos para un color u otro. No hay leyes en mis decisiones. No hay leyes en el arte. 

La belleza es la sorpresa de algo nuevo pero a la vez conocido. No me importa si es rima asonante o consonante, cuantas sílabas tenga cada verso, si las vocales se unen entre sí o la coma esta aquí o allí. A menudo el ser humano pone tantas normas que termina por estropear la belleza de la casualidad, la belleza de la intuición. No me importa si se ha apuñalado el lienzo con rojo, o si una margarita rozó su piel, si son colores cálidos o fríos, o las líneas son gruesas o finas, no cuartaré tu libertad, no estableceré leyes en tu belleza. No me importa si este invierno se lleva el color marrón o gris, o gorros que parecen bufandas, o estampados de flores. 

Nos imponen ciegos y mudos leyes sordas sin color, sin dueño, ¿quién lo dijo? ¿Puedo poner una coma aquí?, ... Y nadie responde, solo se juzga, sin porqué, sin castigo. ¿Y si dibujo un árbol con un bolígrafo, y me queda bonito, pero lo dibujo en una servilleta, y la arrugo hasta que el papel coja ese aspecto de tela roída...? ¿Y estiro esa servilleta, y la meto en un marco de cristal...?
¿Acaso no puede ser eso, para mí, belleza? 

La restricción no es mala, si es comedida, la moral no es mala, si es comedida, la fe no es mala, si es comedida, la norma no es mala, si es comedida. No dejemos que unas esposas que nosotros mismos hemos dibujado nos impidan poner una sílaba más que nos estropee la estrofa, no permitamos que nuestro pincel esté atado con una cadenita, como el bolígrafo del banco. No dejes que te arrastre la corriente.

No hay estructura en mis poemas. No hay orden en mis oraciones. No hay tempo en mis canciones. No hay nunca, razones en mis actos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Luna roja.


Aquella tarde el cielo anocheció sin estrellas, más oscuro de lo que jamás había sido, los gatos acallaron sus maullidos, quedaron mudos al igual que el resto de seres vivos. No se oía ni un susurro aquella noche de invierno, sólo el latido sordo de un corazón desesperado, la respiración insuficiente de aquella loca chica que aún creía en el amor y los finales felices.

Con el corazón acelerado corría todo lo que sus piernas podían aguantar por una carretera perdida de la costa, con el único objetivo de alcanzar al motivo de su felicidad, Dan, un chico al que apenas conocía pero que lo sabía todo de ella, alguien que había dado su vida por rozar tan solo una vez sus labios, alguien que había cambiado su eternidad por un 'te quiero', se existencia por una caricia suya.

Ajena a la realidad Heaven seguía corriendo, sentía que el corazón se le salía del pecho; a lo lejos Dan, con los brazos en cruz, descamisado y descalzo, con tan solo unos pantalones negros miraba al cielo esperando su final. Ella sabía que Dan había escuchado sus pisadas a más de 300 m de distancia pero continuaba allí parado.

Heaven se acercaba cada vez más, sin parar de correr y cuando estuvo a solo unos pasos de aquel temerario chico que se había atrevido a amar él se dio la vuelta; Heaven chocó contra él y fundiéndose en un abrazo él la rodeó y le susurró:

- Todo estará bien pequeña, todo estará bien, tú sólo sigue hacia delante y nos encontraremos en el camino.

Dan separó sus cuerpos y sostuvo la cara de Heaven entre sus manos, los ojos de ambos mantuvieron una mirada llena de dolor, él acercó su cara lentamente a la de ella y con los labios temblorosos la besó en la boca y a continuación en la frente.

La luna se tiñó de rojo y la tierra comenzó a temblar, la noche que unos segundos antes era estática, un cadáver, ahora no paraba de vibrar en un rugido, un estallido sonoro.

- Adios - le gritó Dan por encima del aullido de la tierra. Y entonces pronunció las palabras prohibidas - Te quiero - rápidamente la tomó de la mano, se la apretó suavemente como despedida y la levantó por encima su cabeza para a continuación tirarla por los aires a unos 5 metros de distancia; su cuerpo chocó contra el suelo como si de una muñeca de trapo se tratase, acto seguido todo el tramo de carretera que lo separaba se desmoronó, pedazo a pedazo, dejando un enorme abismo entre ellos.

Heaven pudo escuchar como Dan profería un aterrador grito de dolor mientras una luna roja caía del cielo hasta penetrar en su cuerpo a través de sus ojos; un escalofrío doloroso cruzó el cuerpo de ella, que a duras penas y casi arrastrándose consiguió ver lo que estaba pasando al otro lado. Dan se retorcía de dolor en el suelo, una luz roja como una minúscula llama inscribía símbolos extraños por toda su piel, seguía retorciéndose, gemía de dolor. Heaven no podría soportarlo, no podía ver a la persona que más quería sufriendo por su culpa, tirado en el suelo, y no hacer nada... Apoyándose en el suelo y en sus propias piernas consiguió ponerse en pie. Cuando por fin se había erguido del todo notó que algo dentro de su abdomen crujía, se había roto una costilla y esta le había perforado la carne, saliendo por debajo de su pecho. Heaven se mordió el labio y, con los dedos índice y corazón, mientras sujetaba su costillar con la otra mano, introdujo el saliente de hueso en su abdomen. Caminó cuatro pasos hacia atrás, cerró los ojos y recordó aquel primer beso que se dieron al amanecer en la playa, recogió una lágrima a la altura de su mejilla con un dedo ensangrentado y echó a correr hacia el precipicio. Había un vacío de un largo de tres metros aproximadamente, pero nada de eso importaba, ni la distancia más grande habría podido separarlos. La carrera infinita llegaba a su fin, y al fin Heaven saltó, el vuelo duró unos segundos que parecieron eternos, pero no fueron suficientes. Todo lo que unía a Heaven con la vida y con Dan en aquellos instantes fueron las yemas de sus dedos.

Sacó fuerza de su dolor y trepó, trepó como si hubiese dedicado más de la mitad de su vida a eso, apoyó los pies y se empujó hacia arriba, se agarró con las manos, siguió hasta poder apoyar la rodilla y una vez en ese punto nada podía detenerla; saltó a la superficie y se acercó a Dan, sentada de rodillas levantó su cabeza y al contacto de su piel se transmitió aquella llama abrasadora que poco a poco devoró la vida de ambos.

- En el cielo o en el infierno estaremos juntos para siempre - dijo Heaven y después de esto ambos entregaron su último aliento en un beso.

Los dos habían pensado siempre que las normas estaban para romperse. No importa si eres un ángel o el mismo demonio.