martes, 17 de febrero de 2015

De mente sin ley.

No hay estructura en mis poemas. No hay orden en mis oraciones. No hay tempo en mis canciones. No hay razones en mis actos. No hay esquemas en mis dibujos. No hay motivos para un color u otro. No hay leyes en mis decisiones. No hay leyes en el arte. 

La belleza es la sorpresa de algo nuevo pero a la vez conocido. No me importa si es rima asonante o consonante, cuantas sílabas tenga cada verso, si las vocales se unen entre sí o la coma esta aquí o allí. A menudo el ser humano pone tantas normas que termina por estropear la belleza de la casualidad, la belleza de la intuición. No me importa si se ha apuñalado el lienzo con rojo, o si una margarita rozó su piel, si son colores cálidos o fríos, o las líneas son gruesas o finas, no cuartaré tu libertad, no estableceré leyes en tu belleza. No me importa si este invierno se lleva el color marrón o gris, o gorros que parecen bufandas, o estampados de flores. 

Nos imponen ciegos y mudos leyes sordas sin color, sin dueño, ¿quién lo dijo? ¿Puedo poner una coma aquí?, ... Y nadie responde, solo se juzga, sin porqué, sin castigo. ¿Y si dibujo un árbol con un bolígrafo, y me queda bonito, pero lo dibujo en una servilleta, y la arrugo hasta que el papel coja ese aspecto de tela roída...? ¿Y estiro esa servilleta, y la meto en un marco de cristal...?
¿Acaso no puede ser eso, para mí, belleza? 

La restricción no es mala, si es comedida, la moral no es mala, si es comedida, la fe no es mala, si es comedida, la norma no es mala, si es comedida. No dejemos que unas esposas que nosotros mismos hemos dibujado nos impidan poner una sílaba más que nos estropee la estrofa, no permitamos que nuestro pincel esté atado con una cadenita, como el bolígrafo del banco. No dejes que te arrastre la corriente.

No hay estructura en mis poemas. No hay orden en mis oraciones. No hay tempo en mis canciones. No hay nunca, razones en mis actos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Luna roja.


Aquella tarde el cielo anocheció sin estrellas, más oscuro de lo que jamás había sido, los gatos acallaron sus maullidos, quedaron mudos al igual que el resto de seres vivos. No se oía ni un susurro aquella noche de invierno, sólo el latido sordo de un corazón desesperado, la respiración insuficiente de aquella loca chica que aún creía en el amor y los finales felices.

Con el corazón acelerado corría todo lo que sus piernas podían aguantar por una carretera perdida de la costa, con el único objetivo de alcanzar al motivo de su felicidad, Dan, un chico al que apenas conocía pero que lo sabía todo de ella, alguien que había dado su vida por rozar tan solo una vez sus labios, alguien que había cambiado su eternidad por un 'te quiero', se existencia por una caricia suya.

Ajena a la realidad Heaven seguía corriendo, sentía que el corazón se le salía del pecho; a lo lejos Dan, con los brazos en cruz, descamisado y descalzo, con tan solo unos pantalones negros miraba al cielo esperando su final. Ella sabía que Dan había escuchado sus pisadas a más de 300 m de distancia pero continuaba allí parado.

Heaven se acercaba cada vez más, sin parar de correr y cuando estuvo a solo unos pasos de aquel temerario chico que se había atrevido a amar él se dio la vuelta; Heaven chocó contra él y fundiéndose en un abrazo él la rodeó y le susurró:

- Todo estará bien pequeña, todo estará bien, tú sólo sigue hacia delante y nos encontraremos en el camino.

Dan separó sus cuerpos y sostuvo la cara de Heaven entre sus manos, los ojos de ambos mantuvieron una mirada llena de dolor, él acercó su cara lentamente a la de ella y con los labios temblorosos la besó en la boca y a continuación en la frente.

La luna se tiñó de rojo y la tierra comenzó a temblar, la noche que unos segundos antes era estática, un cadáver, ahora no paraba de vibrar en un rugido, un estallido sonoro.

- Adios - le gritó Dan por encima del aullido de la tierra. Y entonces pronunció las palabras prohibidas - Te quiero - rápidamente la tomó de la mano, se la apretó suavemente como despedida y la levantó por encima su cabeza para a continuación tirarla por los aires a unos 5 metros de distancia; su cuerpo chocó contra el suelo como si de una muñeca de trapo se tratase, acto seguido todo el tramo de carretera que lo separaba se desmoronó, pedazo a pedazo, dejando un enorme abismo entre ellos.

Heaven pudo escuchar como Dan profería un aterrador grito de dolor mientras una luna roja caía del cielo hasta penetrar en su cuerpo a través de sus ojos; un escalofrío doloroso cruzó el cuerpo de ella, que a duras penas y casi arrastrándose consiguió ver lo que estaba pasando al otro lado. Dan se retorcía de dolor en el suelo, una luz roja como una minúscula llama inscribía símbolos extraños por toda su piel, seguía retorciéndose, gemía de dolor. Heaven no podría soportarlo, no podía ver a la persona que más quería sufriendo por su culpa, tirado en el suelo, y no hacer nada... Apoyándose en el suelo y en sus propias piernas consiguió ponerse en pie. Cuando por fin se había erguido del todo notó que algo dentro de su abdomen crujía, se había roto una costilla y esta le había perforado la carne, saliendo por debajo de su pecho. Heaven se mordió el labio y, con los dedos índice y corazón, mientras sujetaba su costillar con la otra mano, introdujo el saliente de hueso en su abdomen. Caminó cuatro pasos hacia atrás, cerró los ojos y recordó aquel primer beso que se dieron al amanecer en la playa, recogió una lágrima a la altura de su mejilla con un dedo ensangrentado y echó a correr hacia el precipicio. Había un vacío de un largo de tres metros aproximadamente, pero nada de eso importaba, ni la distancia más grande habría podido separarlos. La carrera infinita llegaba a su fin, y al fin Heaven saltó, el vuelo duró unos segundos que parecieron eternos, pero no fueron suficientes. Todo lo que unía a Heaven con la vida y con Dan en aquellos instantes fueron las yemas de sus dedos.

Sacó fuerza de su dolor y trepó, trepó como si hubiese dedicado más de la mitad de su vida a eso, apoyó los pies y se empujó hacia arriba, se agarró con las manos, siguió hasta poder apoyar la rodilla y una vez en ese punto nada podía detenerla; saltó a la superficie y se acercó a Dan, sentada de rodillas levantó su cabeza y al contacto de su piel se transmitió aquella llama abrasadora que poco a poco devoró la vida de ambos.

- En el cielo o en el infierno estaremos juntos para siempre - dijo Heaven y después de esto ambos entregaron su último aliento en un beso.

Los dos habían pensado siempre que las normas estaban para romperse. No importa si eres un ángel o el mismo demonio.