“Revolución”, gritó
alzando su brazo, su piel pálida como la luna realzaba el intenso color negro
carbón de su pelo, sus labios amoratados e inmóviles; tan solo unos pantalones
negros y ajustados lo protegían del frío aquella noche que comenzó estando en
calma y acabó siendo un levantamiento ciudadano. Sus brazos fuertes seguidos de
unas manos casi huesudas agitaban una pancarta que exigía libertad, su torso,
marcado por el ejercicio, brillaba entre las oscuras humaredas que ensuciaban
la ciudad proporcionando un poco de calor para la batalla.
“Revolución”,
gritó clavando su mirada en los antidisturbios, su cabello rojizo y rizado, que
unas horas atrás cubría por completo su espalda reposaba ahora trenzado sobre
la misma, en la parte superior de su cuerpo vestía una camiseta ligera y
vaporosa de color oscuro, su cuerpo pálido y fino, elegante y grácil, ese
cuerpo que ahora se movía con la fuerza de todo un pueblo sublevado, sus
piernas ocultas tras unos pantalones vaqueros tenían la seguridad, la valentía,
que durante toda su vida había buscado, el valor para decir basta que ahora
inundaba toda la ciudad.
Fue solo un
instante, el instante en el que coincidieron las trayectorias de sus miradas, un
segundo roto en el reloj, como un estallido de color, como el silbido de una
bala o el estruendo de un plato impactando contra el suelo. El olor a café
recién hecho en una mañana en calma, la felicidad que te impide respirar, una
lagrima de felicidad, una sonrisa sincera, un jarrón cuidando de una flor
hermosa, una carta de amor, un beso de buenas noches y una caricia de buenos
días, el recorrido de un dedo en la espalda dibujando un corazón. Pero todo
esto se desdibujó en sus mentes con la misma rapidez que había llegado, y el
humo volvió a aparecer ante sus ojos, y los antidisturbios volvían a estar
armados ante ellos, volvían a oírse los gritos de la gente, las pancartas
volvían a agitarse sobre sus cabezas, pero ya nada era lo mismo, todo para
ellos había dado un giro, continuaban mirándose fijamente y tras sonreírse
comenzaron a acercarse.
Heridos,
humillados, vencidos, victoriosos o sanos, aquella noche de invierno y fuego se
irían juntos.