jueves, 5 de junio de 2014

Cautividad.

Despertó aquella temprana mañana tirada en la cama, y con pose de abandono, abandonada por el mundo y al fin abandonada por sí misma. Habiendo olvidado las clases, las tareas, sus deberes y obligaciones, yacía semimuerta en su cuarto, cual cadáver que aun respira, abrió los ojos y despegó con esfuerzo su mejilla del colchón, se sentó cara a la ventana y enrolló su cuerpo en un edredón calentito.
Con el maquillaje destrozado; la mitad de la barra de labios pegada a la almohada y la otra mitad esparcida entre sus labios y sus comisuras, el rímel junto al lápiz de ojos marcando por sus ojeras y sus mejillas el recorrido de las lagrimas que la arroparon la noche anterior.
La habitación un caos, la ropa se derramaba de armarios y cajones como enredaderas que intentan trepar hacia la luz. Un vertedero de colillas y cigarros sin acabar en la mesita de noche y ceniza decorando el suelo color crema. Una foto de pareja quizás; los dardos que se clavaban sobre ella no dejaban distinguir bien las figuras.
Extendió la mano  hacia la cajetilla de tabaco y se encendió un cigarro mientras con la otra mano cogía por el cuello a su querida mascota, una botella de vodka, y la miraba fijamente pensativa.
Rosas, velas, pétalos… Pasaban sus recuerdos por su memoria.
Helado, risas, besos… Ropa, saliva, sudor…
Lagrimas, despedidas, gritos…
Gritó, un grito  irrumpió desde su estomago y se abrió paso a través de sus cuerdas vocales, la botella voló hasta la pared, rompiéndose en pedazos.
Le costaba respirar, pero lo conseguía agitádamente, los rayos de sol comenzaban a entrar por la ventana. Se levantó de un salto, un salto de rabia, y fue al baño, lavó su cara con agua helada, la secó, salió del baño, cogió su mochila y la llenó de libros, se vistió y salió por la puerta cerrándola con determinación tras de sí.
Había estado tres meses encerrada, tres meses borracha y desnuda, tirada en aquella casa, malviviendo. Era hora de volver en sí. Era hora de salir, hora de seguir-
Todos nos hemos sentido así ¿no? Encerrados en nosotros mismos, borrachos de dolor o de rabia, sin poder salir de nuestra mente para echar un vistazo al exterior, nos hemos sentido desnudos y desprotegidos. Pero siempre llega la hora de salir.

Salir de ese encierro voluntario llamado dolor.


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